viernes, 29 de enero de 2010

No me gustan los perros ni los gatos,un relato de la vida real.


Autor: Ramiro Sánchez Navarro.

Cuando César decidió alquilarme una pieza de su casa ,en la segunda planta, solamente encontré dos perros grandes, macho y hembra; cuyos nombres eran Satanás y La Negra. En cambio, los gatos brillaban por su ausencia.
César es un joven trigueño, más alto que mediano, de unos 37 años de edad, que se gana la vida vendiendo comida en el mercado de abastos de su distrito, donde conduce un pequeño restaurante, alquilado; cuyo local pertenece a la cooperativa que allí se ha formado. No recuerdo exactamente cuándo lo conocí. Desde mediados de 1999 comencé a frecuentar ese lugar, adonde iba en busca de un desayuno o de un almuerzo, y así buscando donde saciar mi hambre, llegué por su restaurante.
Como César es una persona conversadora, me contó, por el mes de noviembre del 2005, que en su casa criaba perros. Y que su perra había parido cuatro cachorritos, que los quería regalar. A propósito, me preguntó:
-¿por si acaso no quiere que le regale un perrito?. Aunque a mi siempre me han gustado los animales, sobre todo los perritos y los gatitos, afronto el problema de que viviendo, como vivo en Lima, en un cuarto alquilado, no dispongo de espacio para criarlos. Por eso, le respondí: “me gustaría de verdad ese perrito, pero no tengo dónde criarlo. A los dueños de casa casi siempre no les gustan los perros ni los gatos”. Seis meses atrás, Sandra, la joven que vende comida por el centro de Lima, donde algunas veces voy a comer, me regaló un perrito chusco, diciéndome:
- Por favor, señor Jacinto, llévese este perrito; aprovechando que mi hijo no está. La municipalidad no quiere que tengamos perros ni gatos, yo tampoco quiero porque se mean y se orinan. No tengo dónde tenerlos, además yo vendo comida....
- Pero Sandra- le repliqué .
- Cómo es que si no te gustan lo perritos y los gatitos, lo tienes a este perrito en tu poder.
- Ay señor Jacinto, a mi hijo Oscar un señor ,que estaba sentado al borde del camino, se lo ha regalado, allá en Canto Grande. A este Oscar le gusta mucho los perros y los gatos chiquitos, pero yo no tengo dónde tenerlos. Por favor, lléveselo ahorita mismo, antes que venga mi hijo.
El perrito estaba de días de nacido, y cuando caminaba parecía que ya se iba a desarmar, porque sus ancas se abrían y temblaban sus patitas. Como era pequeñito lo cogí y lo metí bajo mi casaca, que llevaba puesta; y me despedí de ella agradeciéndole el obsequio. Al llegar a mi cuarto, le preparé su camita y todos los días me encargaba de alimentarlo y asearlo. Menudo problema para mí.
Algunas veces el pequeño canino salía puerta afuera y se paseaba por el pasadizo, y de paso se orinaba y se meaba, lo que ocasionaba la protesta de mis vecinos, inquilinos como yo, que en vez de hacerme el reclamo a mi personalmente, se iban a quejarse a la hija de la dueña, que vivía con su marido en el segundo piso y de allí subía hasta el tercero, donde yo vivía, a sermonearme.
- señor, me decía colérica, quiero que me desaparezca ese perro. Aquí no lo queremos. Desde entonces lo sacaba a pasearlo por el parque. Cuando salía a trabajar, los hijos de los inquilinos, unos chiquillos traviesos, se daban maña para sacarlo, empujando la puerta de triplay.
Como sabían la hora de mi llegada, volvían a empujar la parte inferior de la puerta y por la abertura que se formaba metían al perrito. Pero este juego no iba a durar mucho, porque la última vez lo encontré en la habitación todo aporreado, con evidentes signos de haber sido pateado, maltratado. No podía pararse y para moverse de un sitio a otro lo hacía arrastrándose de panza penosamente o rodando. Se le veía con el semblante triste y a diferencia de otras veces, ya no salía del cajoncito, que le servía de cama. Ahí murió.
En la casa de César la realidad era totalmente diferente, pues a su familia les gustaba los perros ,que por lo visto eran un problema para él, porque como carecían de perrera, permanecían día y noche en el patio y en el último peldaño de la escalinata de cemento, que empalmaba con el corredor y, por donde había que pasar al cuarto. Advertí que no les había caído en simpatía por lo que me ladraban a menudo y desde el corredor, bajaban las gradas hacia el patio, donde cotidianamente se orinaban y defecaban. La orina de los perros formaban pequeños charcos, muy cerca de la habitación de César, cuyo hedor, con el calor del verano, se tornaban insoportables.
Estaba terriblemente mortificado. No sabía qué hacer, porque si se aventuraba a propinarles unos cuantos palos, como señal de su enojo y desacuerdo, ahí estaba lista su madrastra para encararlo y salir en defensa de sus canes. Aunque la casa era una sola, ésta quedaba dividida por el patio interno. La sala de estar colindaba con la calle y el patio interno, y éste a su vez servía de límite a una segunda construcción, de dos pisos.
Sobre la primera planta, donde se hallaba la espaciosa sala, se alzaban dos pisos más; eran ocupados por su papá, su madrastra, una pareja de medios hermanos, así como la entenada de su progenitor e hija mayor de su mamá política, fruto de un primer compromiso.
Pasando el patio, hacia el fondo, se levantaba otra construcción. En el primer piso, hacia la derecha está el baño y dos piezas y otras dos más en la segunda planta.
A su familia prácticamente no les afectaba, las evacuaciones de los perros, por vivir alejadas de ellos, en la segunda y tercera plantas y porque cuando salían a la calle, o entraban a su domicilio, lo hacían por la puerta de un pasadizo, que les daba acceso directo y evitaba a los canes. Esto no era el caso de César y mío, pues debíamos salir o ingresar por la puerta de la sala; por donde siempre estaban los odiosos mastines.
Pese a que ya llevaba un par de meses radicando en esta casa, los perros guardianes no cesaban de ladrarme a más no poder. Comprendí que no les había caído nada simpático y estas escenas cotidianas me trajeron a la memoria la odiosidad que yo había despertado en una perrita de castilla, cuando me tocó vivir anteriormente en otra casa, donde por las noches no podía salir al baño a miccionar, porque el enfurecido animalito me ladraba a rabiar. Estaba siempre pendiente de mí, que ni en mi cama me dejaba en paz, pues mientras permanecía acostado en ella, no podía darme una vuelta, cambiar de posición, porque allí estaba la perrita para ladrarme. En la casa de César, La Negra se mostraba muy empeñosa en complicarme la vida, que se daba el lujo de subir al segundo piso, empujando con el pecho la tranca de madera.
En la puerta misma del cuarto, que ocupaba, se paraba largo rato y se ponía a ladrarme en forma incesante; mostrándome sus agudos colmillos y sus ojos inyectados de odio y de malignidad. De tanto ladrarme se cansaba y retornaba al corredor a juntarse con Satanás.
Para César no habían pasado desapercibidas estas escenas cotidianas. Una tarde, cuando me encontraba a solas con él ,en su restaurante, me preguntó lleno de inquietud:
- y... señor Jacinto, ¿a usted no le molestan mis perros?
- No me molestan para nada. Me parece que cumplen muy bien su labor de guardianes de tu casa.- Le contesté fingiéndole que estaba a gusto con ellos.
- A mi, en cambio, no me gustan para nada y francamente los quisiera matar, porque todos los días se orinan y se mean en mi patio y encima que mi familia ya no se molesta en bajar a darles de comer, sino que desde arriba, por la ventana, les arrojan comida al patio como trozos de carne, cabezas de pescado. La verdad que ya no me da ganas de ir a dormir allá, en mi cuarto. Me incomoda mucho la pestilencia.
- Con razón cada noche que llego a tu casa, tu cuarto siempre está con candado y en tinieblas.
- Yo, a veces llego a mi habitación pasada la media noche. Mi papá ya se ha dado cuenta y me ha preguntado que porqué no llego temprano a la casa, yo no le he querido decir la verdad.
- Pero debes reclamarle a tu madrastra ¿porqué le tienes miedo?.
- A mi no me gusta pelear con mi familia.
- Pero César, un reclamo no necesariamente significa que te vas a pelear con ella. Háblale con maneras y estoy seguro que ella te va a comprender.
- No lo veo posible. Mejor hablo con mi papá.
- Bueno has lo mejor que a ti te parezca.
Al parecer César no llegó a tratar el asunto con su papá. Advertí que se mostraba cauteloso para evitar algún tipo de rozamiento o confrontación con su madrastra. Otra tarde que fui por su negocio, y cuando estábamos a solas, le pregunté a boca de jarro:
- Ya no veo a tu perro Satanás. ¿qué ha pasado con él? Tampoco he visto los perritos, de los que me has hablado en otras ocasiones, pero que no me los has mostrado.
- Los perritos, dos los han regalado y los otros dos se han muerto.
- No creo que se hayan muerto de muerte natural. Alguien los habrá matado.
- En el cuarto de mi hermana aparecieron muertos, por equivocación comieron la comida para las ratas y lo mismo le ha pasado a Satanás.
Yo he tenido que sacarlos a la calle para que el camión de la basura se los lleve.
No cabía duda que tras esas muertes “misteriosas” estaba su mano vengadora. Seguramente creyó que esa era la forma más apropiada para deshacerse de los perros, que tantas molestias e incomodidades le causaban.
Siendo un tipo inteligente, que sabe hilar muy fino, busca la solución a los problemas, evitando el choque frontal con su madrastra, argumentando que siempre vivirán juntos, aunque revueltos. No obstante su empeño por despachar al otro mundo a todos los perros, en su casa quedaba aún La Negra, que hacía honor a su pelaje; la que seguía formando pequeñas lagunas de orina en el patio, y que él debía eludirlos, dando un gran rodeo para salir o ingresar de su dormitorio. Creyó que darle veneno a ella, que también “perfumaba” su sala con sus orines, era levantar demasiadas sospechas sobre su autoría. Entonces, buscó hacer causa común con sus dos inquilinos, especialmente conmigo. Exagerando la nota le contó a su papá que la perra había resultado una gran incomodidad para mí, y que su “primita” Esperanza estaba harta, hasta la coronilla de limpiar todas las mañanas sus cochinadas, que ella era una inquilina más y que no estaba obligada...
El argumento de César caló en el ánimo de su padre, que sin duda alguna conversó con su esposa para desaparecerla. Lo cierto es que cuando una noche retorné a su casa, me extrañó no escuchar sus acostumbrados ladridos.
La morada de César había quedado en un silencio desconcertante. ¡Qué duda cabía!
- Ahora que ya no tienes perros en tu casa, debes por lo menos tener gatitos.
- A mi no me gustan los perros ni los gatos. Yo los detesto porque se mean, se orinan. Mejor vivo sin animales. Así estoy tranquilo.
- En cambio, a mi si me gustan los animales. Me gustan los perritos y los gatitos, lástima nomás que no tenga dónde tenerlos, porque requieren de espacio.-Le argumenté recordando que a pesar de todo tuve un par de gatitos, un mostaza y un negrito, angoritas, muy juguetones, que solían subirse a mis hombros trepando por sobre mi pantalón y mi camisa. Después que se murió mi perrito, volví por el restaurante de Sandra. Encontré allí al gatito color mostaza, muy noblecito, que se dejaba coger por los muchachos, y al que llamé Palomo.
Como si fuera una pelota lo pasaban de mano en mano; en tanto que, el otro gatito al que puse el nombre de “Jojo” y cariñosamente “Jojito” no se dejaba coger y se hallaba oculto bajo un cajón de madera.
Sandra me contó que una señora los había dejado en la calle, y que eran tres, pero que uno ya lo había llevado otra señora; quedaban solamente dos, que ella los había recogido, porque le daba pena que lo maltrataran, aunque no lo podía evitar del todo, porque los muchachos eran demasiado traviesos.
- Señor, llévese también esos gatitos y aunque mi hijo Oscar los quiere mucho, no tengo espacio para tenerlos y además la municipalidad nos ha prohibido y no quisiera que me multaran.
Yo tampoco tenía donde tenerlos, pero por hacerle el favor y distraerme con ellos, acepté el regalo.
En una pequeña caja de cartón los metí y aseguré la misma amarrándola de tal manera que pudiera llevarla colgando de la mano.
Pasaba los días muy contento con el par de felinos. Cuando me pasé a vivir a la casa de César los llevé conmigo, pero me fue imposible seguir teniéndolos en mi compañía, pues debía ausentarme por varios días por razones de trabajo y no encontré manera alguna de retenerlos, ya que mis vecinos de la anterior casa, y de la nueva, no querían saber nada de ellos. Varios días anduve buscándoles un hogar, donde les dieran buen trato y comida, pero no fue posible. Los días pasaban rápido y yo debía ya viajar. En esas circunstancias no me quedó otra alternativa que regalar mi par de gatos a mi amigo Moisés, un señor septuagenario, más conocido como Moshe, que se gana la vida vendiendo periódicos y revistas en su puesto y es dueño de una casa en el distrito de Zárate a donde fue a dar mi gatito. De buena gana me recibió primero el gatito negro, y al día siguiente ,después de constatar la buena disposición para aceptar los obsequios, le llevé el mostaza, éste último lo hizo quedar en su kiosco; se hizo querer mucho de la gente, que se detenía ahí a comprar o leer los titulares de los rotativos.
Me había quedado sin los gatitos. En mi nueva residencia, de cuando en cuando, nos visitaban los gatos techeros, que armaban verdaderas peleas sobre los techos de las viviendas y lanzaban agudos maullidos, que causaban temor y alarmaban al vecindario.
Cuando nada hacía presagiar el arribo de los felinos, de pronto llegó uno, que muy cerca al cuarto, que ocupo, chillaba. Sin duda, el gatito, de colorado pelaje y manchas blancas se sentía solo y estaba desconcertado en su nueva morada.
Salí en su búsqueda y lo encontré en la ventana del cuarto contiguo donde el dueño de casa guarda sus muebles y todo tipo de cachivaches y baratijas. Apenas me vio, el gatito se vino hacia mí, dejándose coger y acariciar. César me contó que su papá lo había traído, aunque no supo decirme de dónde. Una vez más me mostró su desacuerdo de tener gatos en su casa.
Advertí que a su familia poco le llamaba a atención la presencia del gato. Recordando a mi par de gatitos y viendo que existían ratones en la habitación traté de que el nuevo felino se convirtiera en mi acompañante.
Algunas veces me sentaba en el sillón y le rascaba la pancita o le pasaba la palma de la mano por el cuello y el lomo en señal de cariño. Entonces empezaba a ronronear de puro contento, bastó una semana para dar buena cuenta de la comida de mis gatos. Mi nuevo huésped acabó con 5 kilos de “Ricogato”.Resultó ser un bandidito.
De pronto, se ganó las simpatías de la familia de la casa, quienes se encargaban de darle de comer y le habían preparado su guarida en el patio, bajo las escalinatas de cemento. Entonces, dejó de visitarme y cuando me veía, escapaba, corriendo y se metía a la sala, donde se ocultaba bajo los sillones.
Una mañana en que salía a trabajar, vi al gato en el pasadizo de sobre la escalinata. Apenas me vio huyó hacia la sala.
Abajo, en el patio, cerca la puerta de la sala, estaban María, la media hermana de César, por el lado paterno, acompañada de otra joven. Al oír mi comentario, desfavorable sobre su gato, de que huía de mí, me espetó furiosa:
- Usted qué le hace tanto a mi gato. ¿Usted porqué cierra la puerta?.
Su pregunta me sorprendió, y me desconcertó a la vez, sobre todo por el tono virulento y confrontacional. Me quedé pensando un momento en la respuesta que debía darle. De verdad, la actitud de esta joven me estaba sacando de las casillas, pero pensando en que si le respondía en igual forma, degeneraría en un pleito, que no quería, solamente me limité a decirle “a tu gato no le pasa nada malo”.
Salí a la calle, de verdad indignado, sobre todo porque anteriormente no había intercambiado palabras con esta jovencita, que se estaba preparando en una academia para postular a la universidad. De buenas a primeras se había decidido a declararme la guerra. Me afectó su absoluta falta de consideración a mi persona. Me fui donde su hermano César y le conté del incidente. “Mi hermana como se cree dueña de la casa y a usted lo ve como un pobre paria es que le da ese trato. Pero ha hecho bien en haberme dicho. Yo hablaré con ella, y cuando surja algún problema entre usted y ella, le pediré que hable primero conmigo y usted hará igual, yo seré el mediador y así se evitará problemas”. Estaba igualmente disgustado con el gato, al que consideraba la manzana de la discordia, por eso le dije:
- Mejor sería que lo regalaras o le dieras veneno.
- No puedo hacer ni lo uno ni lo otro. Ya me acostumbré a él, que siempre se mete a mi cuarto y se sube a mi cama.
- ¿Pero no decías que no te gustaban?
- Si, pues, pero ¿qué puedo hacer? Es un animalito que tiene derecho a vivir.
- Bueno, entonces ya no te digo nada sobre este asunto.- esta conversación tuvo lugar en su restaurante, en las primeras horas de la noche, pero a eso de las 9 y 30, me tocó la puerta del cuarto. Algunas veces suele visitarme, especialmente en las noches y nos ponemos a conversar de todo un poco. Apenas se acomodó en mi sillón, oímos los maullidos del gato. Chillaba con gran insistencia, como un niño que tiene hambre o que no goza de la compañía de su madre.
- Al gato lo encontré afuera, en la calle ,lo he metido – me dijo con toda naturalidad. A mi, particularmente, me causaban extrañeza sus maullidos. Por momentos pensaba que se trataba de otro gato.
Pero terminaba cediendo ante la idea de que César lo habría castigado, quizás, ocasionándole una herida, una contusión, a consecuencia de los golpes que pudo propinarle.
A la mañana siguiente salí de dudas. Se trataba de otro ejemplar, tan colorado y moteado de blanco como el que su papá había traído a su domicilio. Ahora, caminaban juntos y al menor ruido se metían en su guarida o se escondían bajo los sillones de la sala; mas, al tercer día, los gatos se habían esfumado.
Haciendo un paréntesis, César en nuestra conversación, estando yo una vez más en su restaurante, me preguntó repentinamente sobre los felinos, diciéndome:
- ¿Qué sabe de los gatos?, ¡ya no los veo!
- No sé nada, pero me imagino que deben estar escondidos en tu sala o en la madriguera.
- Me parece muy extraño que no estén.- De pronto apareció el que había encontrado en la calle. Noté que la preocupación por el otro gato era muy manifiesto, aunque su familia no me decía nada sobre su repentina desaparición, sin embargo, me daba cuenta de que me vigilaban, sobre todo cuando salía a la calle o cuando ingresaba a la pieza alquilada.
- La verdad no sé nada de tu gato. No tengo nada que ver con que se te haya perdido. Ya te dije que ya no me gustan, porque se suben al techo, pelean, se orinan o se mean. Pero, aunque no me gustan, no puedo hacer nada contra ellos; porque no son míos y porque darle veneno o torcerles el cuello me traerían problemas. Tu familia no me vería con buenos ojos, que yo me tome esas atribuciones. Además, no se dejan agarrar, apenas me ven huyen, pero suponiendo que se dejaran coger, tampoco podría acabar con ellos, porque tendría problemas con tu familia.
- Pero yo he visto a uno de los gatos sobre la pared de su corredor, que da a su puerta.
- Seguramente allí estará, pero ya te dije que no tengo nada que ver con que uno de ellos haya desaparecido.
La verdad que me preocupaba la desaparición del gato y las sospechas que había surgido sobre mi; por eso, cuando llegué a eso del mediodía a su restaurante, le manifesté mi inquietud. Estaba parado en la puerta que da al interior del mercado; me dijo con visos de mucha preocupación.
- Señor Jacinto, dígame a mi la verdad. Si lo ha matado, cuéntemelo, confíe en mí.- por lo visto, no creía en mis palabras, en mi inocencia.
Aunque fingía creerme, en el fondo persistía la duda y la sospecha. Así pasaron algunos días sin que supiera el paradero del gato. Una mañana en que fui a desayunar en su restaurante, César me informó:
- Esta mañana he visto el otro gato. Ahora estoy convencido que ese gato es techero.- al fin me sentí tranquilizado. Pero el gato volvió a desaparecer. Extrañamente ya no ha vuelto a preguntarme. Ahora guarda un discreto silencio. Por boca de él mismo y a insistencias mías me enteré que su familia lo tiene a buen recaudo. De pura casualidad, escuché la conversación de su hermana al referirle a su mamá y a su hermana mayor sobre la desaparición del otro gato. La joven, muy locuaz, hablaba con mucho interés de la forma como el gato se había escapado a la calle. Decía: “yo abrí la puerta y el gato corriendo se escapó a la calle”. Desde entonces el gato no había retornado a la casa. Pasó una semana y al fin apareció para la preocupación de César, porque según su leal saber y entender, las ronchas que aparecieron en la piel de sus manos y de sus rodillas eran por culpa del gato, que algunas veces dormía en sus sofás, en los que él suele sentarse a meditar, especialmente cuando le afligen problemas económicos. Se ha prometido torcerle el cuello, pero cada vez que lo intenta, el muy bandido y astuto, como si adivinara sus malas y negras intenciones, huye desesperadamente. Los días han ido transcurriendo sin prisa y sin pausa. Y César ,al parecer, se ha quedado con las ganas de matarlo, ya que cuando le asalta ese tipo de ideas, de pronto confiesa que le invade un sentimiento de culpa. Y entonces él desiste en el acto de enviarlo al mundo de los muertos.

miércoles, 20 de enero de 2010

Entrevista al director del Conjunto Apurimac,Señor Edwin Garrafa Peña.














Autor: Ramiro Sánchez Navarro.

- Señor Garrafa, ¿desde cuándo toca usted mandolina?
- Yo aprendí a tocar a los 8 años de edad.
- ¿Usted también compone, no?
- Si, si, si, así es !
- En sus videos veo también el nombre de su esposa, ella también compone, ¿no?
- Si, si, ella ha sido ganadora a nivel nacional y a nivel regional.
- Pero ella mantiene un perfil muy bajo porque no aparece en los videos, salvo su nombre.
- Si, ella recibió sus diplomas en Huancavelica, claro que usted lo dice así, sin embargo ella es la parte principal también.
- Claro, claro, porque veo que ella hace los arreglos musicales.¿Ella es Wilda o Gilda?
- Wilda, con v doble (w) A mi me nació la música cuando tenía 8 años de edad, me gustó la mandolina, empecé a manosear la mandolina.
- Por lo visto es usted mandolinista por excelencia.
- Exacto, exacto. Yo no soy de los últimos que aprende, así por necesidad, sino que Dios me dio ese don.
- Aparte de la mandolina ¿qué otros instrumentos musicales toca?
- Bueno, toco guitarra, charango, los tres instrumentos musicales manejo y también rondín.
- ¿Y en qué circunstancias usted se integra al grupo musical Los Chankas?
- El año 1971 yo estuve por Lima y en eso Los Chankas iban a grabar el segundo elepé.
- ¿Se refiere usted a las señoras Julia y Dora Valenzuela?
- Si, si, ellas llamaron a Lima, a los residentes grauinos, de Chapimarca, especialmente, para que ubicaran a un buen mandolinista. Entonces, así fue, que una tarde, un tal señor Caytuiro me dice: “Están llamando de Cusco, no sé si puedes tocar por Los Chankas”, “Bueno, habría que conversar”, le dije, pero hasta ese momento yo no había tenido experiencia en grabaciones, solamente el de participar en otros grupos musicales. Entonces, de inmediato nos comunicamos con ellas y llegaron Los Chankas de allá (del Cusco), me llamaron, tuvimos un día de ensayo, al día siguiente comenzó la grabación.
- ¿Y a partir de ese evento usted ya quedó incorporado al conjunto Los Chankas?
- Si y durante 23 años, desde el año 71 y hasta el año 94.
- A propósito, yo recuerdo que por esa época escuchaba a sólo dos conjuntos apurimeños, a Los Campesinos y a Los Chankas, y la verdad es que yo no imaginaba, que usted era uno de los integrantes de este último conjunto.
- Si, así era. La situación es que yo quedo incorporado a este último conjunto.
- ¿Quién era el director de este conjunto?
- Gabino Valenzuela
- Supongo que era pariente de su esposa.
- Si, si, por ese entonces no era Julia la segunda voz, eso fue después, pero durante 23 años que estuve con Los Chankas hubo desavenencias dentro del grupo, conmigo mismo, por eso nos soltamos, nos separamos.
- ¿A qué atribuye usted esas desavenencias?
-Era por problemas económicos, por la plata, yo ganaba poco, como una propina, pese a que era la parte principal. Eso no me gustó. Por situaciones de lío entre Los Chankas y mi persona, me desaforaron a mí, me desestimaron totalmente, aunque ya no quiero tocar este tema, yo me fui. Terminamos mal. Era el mes de junio, la última presentación, el festival internacional de Asia. Entonces yo me vine, ya no me llamaron para el de Arequipa. El público llegó a saber de esta separación, entonces me llamaban una y otra persona, acá a mi casa, “no te amilanes, sigue adelante”, así me decían. “Si tú tienes tus hijitas que van a ser vocalistas”.
- ¿Y usted veía en sus hijos cualidades para el canto?
- Si, por supuesto, ellos me decían “iníciales a ellas, iníciales a ellas”. Esto me decían en todo momento
- ¿En qué momento descubrió estas cualidades en sus hijas?
- Yo también veía cualidades en mis hijas, que podían cantar.
Esto yo lo descubrí cuando ellos tenían 5 y 7 años, respectivamente. La segunda voz cantó directamente, como le decía, entonces yo dije: “Ella va a ser la segunda voz”. Ella ha sido considerada por la prensa cuzqueña como la mejor segunda voz de los últimos tiempos”.
Entonces ese es el motivo para que yo me enraíce en mi grupo y me aplique con más fuerzas, yo me retiré con mi propio estilo y el que le ha dado el estilo a Los Chankas ha sido la mandolina. Hay una gran diferencia entre la primera mandolina que tocaron en el primer Long Play Los Chankas, con la segunda mandolina y los que siguen después de mi. Yo lo llevé a Los Chankas a la cúspide, en el segundo LP “tristezas y melancolías a orillas del Vilcanota”, a partir de eso pasé adelante, entonces ese estilo yo no puedo olvidarlo, porque es mi propio estilo, a mejorarlo si, por eso resulta similar la música de Los Chancas con la nuestra”.
- Ahí se le ve a usted de poncho, pero en su propio conjunto a usted no se le ve así.
- Pero también me pongo poncho.
-¿No hubo posibilidades de recomponer al grupo?
-No, para nada, por otro lado yo comencé a tener esperanzas en la situación de mis hijas, que tenían aptitudes para el canto. Eran chiquillas, así.Como le repito,ellas también empezaron a cantar a los 5 y 7 años, respectivamente. En los concursos nacionales han participado y han ganado.
- Esta situación me indujo a no incorporarme a otros grupos musicales.
- Supongo que usted tenía un proyecto, por lo visto, de conformar su propio grupo musical.
- Así es. Bueno, mis hijos nacieron así, aprendieron a tocar y a cantar desde pequeñitos. Ahora ya son eximios músicos mis hijos varones y buenas cantantes mis hijas.
- ¿Cuántos hijos tiene usted?
- Yo tengo cuatro hijos. El primero es abogado, se llama Edwin Junior; la segunda es arquitecta, Deyanira y es la primera voz; la tercera es contadora, Rocío y es la segunda voz del Conjunto; el último que tengo es Ingeniero Civil.Se llama Erwin y toca guitarra y otros instrumentos musicales.
- ¿Cuándo usted funda formalmente el Conjunto Apurimac y qué le llevó a ponerle este nombre?
- El año 94 formamos el Conjunto Musical Apurimac, después de haberse producido la ruptura entre Los Chankas y mi persona, pensando ahora me pregunto ¿Por qué le pusimos Apurímac? Aquella vez, cuando el Perú se dividió ya por regiones, dejando de lado los departamentos, pensamos que Apurimac iba a quedar de lado, me refiero a su nombre, ¿no? Ya Apurimac pasó a pertenecer al Cuzco, conformando con este departamento y Madre de Dios la Región Inca. Apurimac ya no figuraba como departamento sino como parte de Cuzco.
- Claro, claro, si lo recuerdo, ustedes pitearon ahí, así como otros departamentos igualmente protestaron, por este tipo de incorporaciones inconsultas.
- En ese sentido le pusimos el nombre de Apurimac, pues de todas maneras era ese el nombre de nuestro departamento.
- He visto que hay otro conjunto que objeta el nombre del suyo y por eso ellos han pasado a denominarse Apu-Rimac, con un guión de por medio, como hay también un Trío Apurimac.
- Fíjese, cuando nosotros grabamos el primer cassette hace ya muchos años como Conjunto Apurimac, ese conjunto no estaba formado todavía, pero sus integrantes si participaban en el Conjunto Abancay y en otros grupos musicales, diferentes nombres tenían, pero no el nombre de Apurimac. Por aquel entonces, el director de ese conjunto nos felicitó al escuchar ese cassette nuestro, pero después se le ocurrió poner Apurímac, pero el nombre de nuestro conjunto ya estaba inscrito en Indecopi. A veces, claro, hay ciertas personas que no le entramos realmente a este tipo de situaciones enojosas, algunos actúan así por situaciones de envidia, entre artistas mismos, lo cual es realmente lamentable.Además, estos no son Apurimac, son imitadores nomás.
- Ustedes como conjunto musical son muy buenos, tienen un estilo propio y representan dignamente a Apurimac.
- Exactamente, por ejemplo en otros conjuntos, uno o dos nomás sobresalen, pero en el grupo que tenemos todos somos parejos.
- Y lo bueno es que sus hijas cantan muy bien.
- Si, así es , ellas cantan muy bien, ya se han ganado el aprecio del pueblo peruano y como conjunto también nos hemos ganado ese aprecio. Hemos sido bienvenidos en diferentes sitios, lo que nos alegra mucho y nos da ánimos para seguir adelante.
- Y lo bueno es que ustedes tienen un estilo muy propio, muy original.
- Hablando de estilos, para mí ha sido un trabajo muy duro y muy entero sacar ese propio estilo, que tenemos hasta ahora. Realmente agradezco a Dios que me dio una cualidad de manejar la mandolina y de saber inspirarme.
- Si la mandolina juega un papel importante en el sonido tan peculiar de su conjunto.
- Para mi es una gran virtud tener un estilo propio. No hay en otros artistas esta situación, solamente lo vi en un mandolinista, que es anterior a mi y mucho mayor, que ya no existe y que fue el señor Alberto Medina, que era de Sicuani y perteneció al Trío Canchis. Desde entonces al Trío Canchis le han imitado varios, entre ellos están Sol Andino de Pachaconas, todos ya, Los Relicarios, etc. Esas son copias y no tienen un estilo propio.
- Ustedes son muy profesionales del canto, porque yo no escucho en sus videos los comerciales que otros conjuntos hacen, dedicando a la panadería tal, a la familia tal, incluida la quinta generación, etc., que de verdad abusan y desnaturalizan la música.
- A veces se nos escapa un poquito, porque alguien nos exige, también en el aspecto artístico se necesita la economía y nos vemos obligados a efectuar estos anuncios.
- Pero en su conjunto no escucho este tipo de anuncios.
- Si, si. En esto somos muy reservados como conjunto y ¿sabe por qué? Esos anuncios malogran, por eso es que para las filmaciones ya no salen, las suprimimos completamente. Si esos videos con anuncios comerciales los metemos a una pantalla, lo opaca a la música del conjunto. En cidis si se puede mandar una dedicatoria, pero en video no. Ahora nosotros tenemos acá una sala de grabación, que la hemos implementado, es propia, ya no vamos a Lima a grabar. En la siguiente casa tenemos una sala de grabación profesional, entonces ahí vamos a empezar a grabar
- y supongo que brindarán este servicio a otros conjuntos.
- Si, si, de todas maneras. Entonces vamos a empezar así, porque hace tiempito que hemos dejado de grabar.
- Lo ideal sería que sigan haciendo sus videos para poder subir a Youtube, veo que hay unos bonitos toriles, que están en cidis pero no en video.
- Nosotros mismos hemos sacado acá esos videos y vamos a seguir sacando. Nosotros mismos hemos ido a diferentes lugares con nuestro carro propio, a los lugares de los temas, a Cotabambas, Grau, Chalhuanca y a otros muchos del departamento de Apurimac y de otros departamentos como el Cusco, etc.
- Lo bueno es que de paso hacen promoción turística, porque en sus videos aparecen lugares de atracción turística, muy interesantes.
- En la situación del video, fuimos a filmar a todos los lugares que en ellos se ven. Pero lo que no nos ha gustado es que pongan allí la dirección y el teléfono de ellos y no de nuestro conjunto, que sólo aparece al final.
- Y qué opina de los chicotes que le echan a la gente en sus videos y en otros ¿Cree usted que ese tipo de imágenes se debe proyectar al mundo?
- Fíjese, esto que es concerniente a los toriles, a los Wakatakis, a las corridas, a las tradiciones, exacto es una costumbre de hace años en las tradiciones de (la provincia) de Grau. Es el warakaso que nos dan.
- He visto en uno de sus videos que un señor autoritario le echa chicote por las piernas a un danzante. De pronto el hombre que está bailando alegremente con su pareja, recibe esta suerte de castigo. Esto resulta desagradable, que al hombre que está galanteando, reciba un chicotazo, que lo deja malparado, humillante y nada digno.
- Esta es una antesala a la fiesta que va a realizarse al día siguiente. Esto ocurre en los cacharparis y en las chupatincas. En los cacharparis, vamos a fondo, primeramente el cacharpari es una despedida a los jinetes que van a ir a arrear el ganado al día siguiente para la corrida. Estos hacen su fiesta en el estadio o en otro sitio apropiado con sus atuendos respectivos. Entonces las mujeres cuando danzan, simulan ser las vacas locas, las vacas y los varones simulan ser los toros. Entonces hacen su círculo, si una vaca escapa, es una premisa seguramente que al arrear el ganado van también a escapar los demás. Entonces ahí hay ciertas personas que están al cuidado. Nadie debe escapar y nadie también debe filtrarse, a robar, a jalar a las vacas locas. Para su tincasca a los apus, siempre hay que buscar a una pareja, a una mujer para la mesa, donde está la coca, el trago, allí está la pichiwira, o sea el sebo de la alpaca, de la llama, hay un jatay o auque, un experto, que está haciendo esas tincascas y hay otras dos personas que son también expertas en hacer las respectivas preguntas y ¿porqué ahí viene la situación del zurriago, del hondazo? ¿Por qué es eso? El que está con la honda le pregunta al señor, al varón exclusivamente y no a la mujer. Tiene que contestar todas las preguntas en forma clara y precisa, sin burla y cuando se burla, ahí si le llega su zurriago.En ese sentido, por ejemplo, le dicen “pillan mayllam jatimunca huacata”. De repente falla el otro, el que tiene que responder falla, que no da pues con la verdad, entonces ahí le llega su zurriago: “jatimunca grauiñan”, ya le suena, maimanta chaipimunta, quiere decir en Abancay no hay ganado bravo, no está con la realidad, entonces ahí mismo le llega otro chicote, pero si dice “hatimunca Yuringa manta Suta manta, Maymanlla manta, ahí no le llega el chicote”.
- Pero, señor Garrafa, si lo ven así nomás que le echan chicote a la gente, el mundo va a creer que son unos salvajes, jajaja.
- Bueno todo tiene su explicación.
- La gente ya no va a querer ir a ver el espectáculo por temor a que le echen chicote, ja, ja, ja. La gente dice ¿Qué? ¿Aquí en este pueblo echan chicote?
Esto es algo parecido a lo de los gamonales que solian latiguear a los peones y sirvientes de sus haciendas.
-Claro, la imagen da lugar a eso, ¿no? Ahí también, por ejemplo, entran al corral, a la tropa, donde está el ganado, o sea si los danzarines entran a jalar a una mujer, ahí si también los varones lo agarran y lo destrozan toda su ropa, cuando lo jalan, entonces: ¿Qué cosa es eso? Eso quiere decir que al día siguiente va a haber buena corrida, de repente al torero el toro lo va a agarrar con sus astas.
- Señor Garrafa, las costumbres de su tierra son bastante originales y ancestrales, eso es una cosa realmente rescatable.
- Ahora en la chupatinca son tan igual las preguntas como en los wakataquis. Chupatinca quiere decir: “La cola del ganado” ¿de dónde nace esto? En cada corrida, en el marco de la corrida, cada ganado sale a la plaza de toros, ahí hay un responsable que es el Coso Capataz, el capataz de coso, de todo el corral, es el encargado siempre por situación, en interés arranca una pequeña colita de ganado y se lo guarda y después saca todo el ganado. Al día siguiente aparece el chupatinca con todas sus colas envueltitas, así color con color, él sabe de qué ganado son las colas, entonces “vamos a tincar” dice el chupatinca, hace la alegoría respectiva al ganado, siempre acompañado de los apus.
- ¿Usted tiene afición al toreo, señor Garrafa?
- Si, yo si tengo fotos de torero, hasta de jinete, de todo, de todo.
- Creo que en el coso de Chuquibambilla murió el esposo de la señora Nilda Valenzuela Gómez.
- Ah! El murió en un lugar llamado Upiro, a unos 15 minutos de Chuquibambilla.
- ¡Esto de ser torero es riesgoso!
- Si, riesgoso, riesgoso, muy riesgoso, que uno puede perder la vida.
- ¿Usted tiene memoria de qué otros toreros hayan muerto ensartados en los cuernos de los toros, ahí en su zona?
- Hace años, será unos 60 o 80 años en que murió un tal Emilio Valenzuela, el primer torero.
- Pariente de repente de su esposa.
- Si pariente, pariente. Murió en Antabamba, fuera de su tierra.
- Y en el caso de este señor César Augusto Cruz Valle, ¿a qué atribuye su muerte? ¿Estaba borracho? ¿o no sabía realmente torear? ¿cómo es el caso?
- De todas maneras él estaba rigurosamente dado por las copas y un poco curioso con el ganado. Siempre en cada toreada solía caerse para atrás, entonces yo decía para mi nomás “algún día a este señor lo va a coger el toro y será algo fatal”, así decía yo.
- ¿Entonces él no era buen torero profesional?.
- Si, claro, él era un torero aficionado. Entonces al momento de caer, a él lo agarró el toro, lo embistió y lo levantó por los aires, le metió el cuerno al corazón y arriba lo ha sacudido, lo destrozó todo.
Como todo grauino era un aficionado, aunque hay personas que siendo aficionadas saben torear bien, como es el caso por ejemplo de un tal Ceferino Delgado, que ya falleció, natural de Vilcabamba ¡El mejor torero de todos los tiempos!
- Ustedes los grauinos y los antabambinos para arrear a los toros, el ganado vacuno, utilizan el sistema del chaco incaico, porque los jinetes van a todos los lados,cercando al ganado.
- Cierto.Lo acompañan así al ganado, así no lo dejan escapar nada, y así los llegan a la plaza de toros.
- Cuando uno ve las películas de los vaqueros de Estados Unidos y lo compara con los vaqueros de su zona es casi parecido, pero ellos no tienen sus toriles, que a mi juicio son unas creaciones muy bonitas, con wacrapuco.
- Así es, así es.
- Además, aquí, cada conjunto musical tiene su propio estilo diferente y son muy bonitos.
- Bueno, en la situación de estos grupos, a excepción mía, sin alabanzas, los otros grupos más tienden al estilo chumbivilcano. Tienen un poquito de aire chumbivilcano.
- ¿Es usted de Chuquibambilla?
- Si, yo soy de Chuquibambilla?
- ¿Sus padres también son de Chuquibambilla?
- Mi madre es de Chuquibambilla y mi padre de San Antonio.
- ¿Su esposa también es de Chuiquibambilla?
- Si, ella también es de Chuquibambilla.
- La ventaja de usted sobre otros grupos es la de tener un equipo musical propio.
- Eso es la ventaja y una gran ventaja.
- Claro, ellos también se esfuerzan por hacer música, aunque no tienen equipo musical propio.
- A veces ellos tocan con uno y otro grupo, entonces los cambian de forma y de estilo.
- Debe ser una tarea muy difícil hacer música así.
- Sin duda alguna. Por otro lado, quiero decirle que no nos podemos quejar.Pues hemos recibido algunas satisfacciones. Por ejemplo,recibimos una invitación para Huancavelica, vimos en la propaganda, nos llamó la región de Apurimac, por entonces Cetar. Bueno, nos consultó telefónicamente si podíamos representar a Apurimac acá, si podíamos representar en Huancavelica, se trata de esto y esto. Adquirimos las bases y fuimos a representar a Apurimac en Huancavelica, así a dedo, pero teniendo en mente una gran responsabilidad, pensando en que si no salimos ganadores “qué nos dice el pueblo”
En eso llegamos a Huancavelica con ciertas dificultades, lluvia, barro, frío. Todo el grupo que fuimos cogimos una camioneta de los años 50 en un lugar denominado Rumichaca, entre Ayacucho y Huancavelica. No había carro a Huancavelica. Nos fuimos a Santa Inés, en este carro de los años 50, al que lo teníamos que llevar empujando y así llegamos a Huancavelica donde había muchos grupos profesionales y otros grupos de aficionados ya inscritos. Nos inscribimos, entonces en la eliminación del primer día, 4 de marzo, recuerdo, eran las eliminatorias y en ellos nos clasificamos con el mayor puntaje, los del Conjunto Apurimac alcanzamos 300 puntos. Esto fue el año 2001.
Entonces al día siguiente iba a ser la gran final. Bueno, por radio decían “Apurimac se lo lleva, Apurimac se lo lleva, se lo lleva Apurimac”, pero ¿qué pasó? Hubo un triple empate al final: Apurimac, y dos de Huancavelica. Sorteamos para entrar, para saber en qué momento íbamos a actuar nosotros, nos tocó el tercer lugar, primero pasaron los dos conjuntos huancavelicanos.
- ¿Y qué conjuntos eran?
- No recuerdo los nombres, están en una revista donde han sacado esta noticia, que por ahí la tengo guardada.
- Bueno, nos tocó el tercer lugar, entramos al escenario y se paró el público, fuimos aplaudidos, ovacionados, ganamos el primer lugar en el concurso a nivel nacional, con premios así y recién la radio y la televisión en Lima se ocuparon de nosotros.
- Otra cosa que nos interesa saber es el motivo por el que ha venido a radicar al Cusco siendo usted grauino, apurimeño.
- Ha sido la educación de mis hijos. Dos de ellos eran ya universitarios. El que ahora es abogado y Deyanira, que es la arquitecta. Entonces, ingresó la tercera, Rocío, que es Contadora. Ella ingresó a la Universidad y el otro, mi hijo Erwin, estaba todavía en la secundaria. Nos preocupaban ellos, que podrían haber tomado otros rumbos, incorrectos, le digo a mi esposa, “qué hacemos aquí en Chuquibambilla, somos dos profesores cesados” y por eso decidimos venirnos también.
- Ah!, usted también ha sido docente.
- Si, yo y mi esposa, en Chuquibambilla, somos profesores, como le repito queríamos estar al lado de nuestros hijos, por eso nos venimos acá, al Cuzco.
- Pero usted y su familia tranquilamente se hubieran ido a Lima.
- Ah, eso si, de repente ha sido un error no haber ido a Lima.
- Lima, comparando con el Cusco y con otras ciudades del Perú, es una ciudad con muchas más posibilidades para todo.
- Si, es una plaza grande, de repente estando en Lima hubiéramos tenido un mayor realce, un mayor alcance, mayor chance para todo, pero de todas maneras, desde acá estamos impactando a todo el Perú y al mundo.
- Veo por ejemplo la presentación de conjuntos musicales en Lima y la gran cantidad de gente que asiste a este tipo de espectáculos.
- Nosotros hemos ido varias veces a Lima a actuar, pero el asunto es diferente allí, un grupo que está establecido en Lima no va a cobrar igual que nosotros que vamos a Lima, a otros sitios. Por decir, un X grupo que va de fiesta en fiesta, de plaza en plaza, en una noche, que es un domingo, que es lo más importante y que hace hasta 4 presentaciones, en cada una de ellas ganará 50, 80 o 100 soles. Esa es la gran diferencia con nosotros, que ya vamos por una cosa fija, donde el monto es abultado
- ¿y cuándo van a cantar de nuevo esa canción ayacuchana?
- ¿Cuerpo soltero?
- Creo que es en la municipalidad de Acomayo. Esa que dice:”si tu me quisieras como yo te quiero…”
- Ah! Ya, ya, esa es en una presentación en Acos, el 4 de septiembre del 2007.
- El problema está en que hay mucha bulla de los equipos, que Chillan y la del público, que no permite escucharla bien. Esa canción es bonita, pero sin esos ruidos chillones, tan feos, que se producen
- Claro, no sé quién lo ha filmado.
- Veo que sus hijos tienen aptitudes para el canto ayacuchano también.
- Ahora que tenemos una sala de grabación, vamos a grabar de todo, no nos vamos a cerrar en un solo lugar, como muchos grupos lo hacen, como por ejemplo los chumbivilcanos, que se cierran en Chumbivilcas y no salen más allá, entonces hay que salir también fuera de las esferas departamentales, a nivel nacional, coger los temas que más impacten.
- Claro, yo veo por ejemplo que las chicas de Expresión Grauina, Nancy Manchego, Lucía Pacheco y otros de Apurimac, también cantan y tocan canciones ayacuchanas.
- Así es, nosotros podemos interpretar otros temas, sin que sean de Apurimac, para eso ya tenemos una sala de grabación, como le decía.
- Muchísimas gracias señor Garrafa por concederme esta entrevista.
- No hay de qué amigo Sánchez.
Fotos:
1.- (superior) El señor Edwin Garrafa Peña y Ramiro Sánchez Navarro posan para la foto del recuerdo en la ciudad del Cuzco, el miércoles 13 de enero del 2010.
2.- El Director del INC de Apurímac y los integrantes del Conjunto Apurimac, conformado por la familia Garrafa ( 10 de mayo del 2006).
3.- Don Edwin Garrafa Peña y su esposa, la compositora Wilda Valenzuela Barrientos.Foto del miércoles 13 de enero del 2010.
4.- Director del INC reconociendo como Patrimonio Cultural de Apurimac a los integrantes del Conjunto Apurimac.
5.- Alcalde provincial de Abancay entregando Resolución de Reconocimiento al Sr. Edwin Garrafa Peña, Director del Conjunto Apurimac.
Nota.- las fotos del acto de reconocimiento y premiación han sido tomadas del diario judicial de Abancay Chaski, del miércoles 10 de mayo del 2006.Cortesia del señor Edwin Garrafa Peña.
NOTA.- Esta entrevista se realizó en la ciudad del Cusco,el miércoles 13 de enero del 2010,en la casa del señor Edwin Garrafa Peña.

martes, 5 de enero de 2010

Harás un viaje largo,un relato de la vida real.


Autor: Ramiro Sánchez Navarro
A eso de las dos de la mañana, en que casi toda la población limeña se entregaba al placentero descanso, don Tefo me comenzó a llamar por mi nombre. Su voz, grave y severa, trasuntaba un gran resentimiento y enojo hacía mi. Me encontraba dominado por el sueño a causa del cansancio y la fatiga del rudo trabajo de aquel día. Por este motivo, sus intermitentes llamadas, profiriendo mi nombre, con gran amargura y desazón, me parecieron poco audibles, como si fueran voces lejanas, traídas hacía mi camastro por algún viento misterioso. Aquellas llamadas, que las consideraba impertinentes, comenzaron a martillar mi cerebro de rato en rato; inicialmente no les presté la atención e importancia debidas; de a pocos subían de tono y al fin lograron despertarme del todo. Un repentino temor se fue apoderando de mi, cuando en aquellos momentos recordé lo que su cuñada Felicita, esposa de su hermano Gilberto, me había dicho una semana antes: “no te confíes mucho del Tefo. Qué rato te va a botar de su casa. El tiene esa costumbre. A su hermana Alejandrina lo ha botado y a otras personas también... No creo que me bote”, le argüía y añadía:- “me llevo bien con él y con su señora”, a lo que ella me replicaba: “bueno, yo te digo nomás que vayas buscando tu cuarto”. Ya te acordarás de lo que te estoy diciendo...”
Don Tefo seguía insistentemente mascullando mi nombre, poniéndome en grandes aprietos. Después de largas vacilaciones me decidí a contestarle.
- Si, don Tefo, me llama? – vanamente me esforzaba en aparentar serenidad y calma, mi voz delataba el temor que de pronto me había cogido.
- Si, si te estoy llamando desde hace rato y tu no querías hacerme caso. Te llamo para decirte que mañana vas a hacer un viaje largo.
- ¿Viaje largo?- exclamé desconcertado y añadí:- ¿a dónde piensa enviarme? Porque yo no he pensado viajar todavía. No tengo dinero para regresarme a Uchucmarca.
- Mañana quiero que te largues de mi casa. No deseo verte más por aquí. Ese es el viaje largo que harás...- me respondió con la voz áspera y tajante. No supe qué contestarle. Pero al fin, recobrando un poco la calma, me animé a decirle:
-Ya, está bien. Mañana haré ese viaje largo. Por ahora lo único que le pido es que me deje dormir.
Entonces cesó de llamarme y todo a mi contorno quedó en silencio por largo rato. Esta desagradable noticia, cual baldazo de agua fría, me había cogido de improviso y, por el resto de la noche, me quitó las ganas de seguir soñando. Aunque aparentaba dormir, lo cierto era que estaba pensando, todo el tiempo, en una loca y desenfrenada obsesión sobre la forma en que llegaría a resolver mi problema de vivienda y de trabajo. ¿Adónde ir? Mi situación era muy crítica aquel 1977, año crucial, que marcó mi existencia de paria. Aquel año llegué a Lima en busca de mejores horizontes, acariciando la idea de un buen trabajo que me permitiera vivir con cierto decoro y pudiera al fin realizar mis sueños de ser todo un profesional. Pero, vaya qué decepción! Desde el momento mismo en que arribé “a la ciudad de mi adorado sueño”, como rezan las letras de la canción “El Provinciano”, la situación se me presentaba peliaguda y muy complicada. Sólo conseguía trabajos esporádicos en el pintado de casas, cuyas paredes les pasaba una mano y otra de pintura. Pintor de brocha gorda, de brocha grande, como decíamos; o como ayudante en construcción civil, en donde mi labor era preparar la “mezcla” de arena, cemento y agua para unir los ladrillos de las paredes, que levantaban los maestros albañiles; armar columnas con las varillas de fierro, adquiridas en alguna ferretería; abrir zanjas para cimientos a golpe de pico y barreta, y después, todo sudorosos, ir botando a los costados de aquellas aberturas la tierra removida, con la ayuda de una palana, hasta que las mismas formaban largos montículos.
Me obsesionaba la idea de no saber adónde ir. Sin dinero en el bolsillo era obvio que no era posible alquilarme un cuarto. Meditaba sobre este asunto cuando aquella noche, testiga de mi peripecia, fue profanada en su silencio por la voz inquisidora de doña Lucrecia:
-Y porqué ya pues lo botas de la casa. Qué mal te ha hecho – le inquirió a su esposo, poniendo en clara evidencia su preocupación y pesar. Advertí que ella no estaba de acuerdo con él para que yo me fuera de su casa, arrojado como un ser despreciable ,como un perro zarrapastroso.
-Se ha portado mal. Me ha hecho quedar mal en el trabajo – exclamó secamente.
De nuevo el silencio se apoderó de la sala- comedor donde me pasaba las noches, la cual se hallaba artificialmente dividida con triplays, aislando el dormitorio del dueño, en cuya cama mullida, se pasaba meditando, cuando no encontraba trabajo como maestro en construcción civil. Por ser chamba esporádica y ocasional, las más de las veces, lo mantenía en zozobras económicas y doña Lucrecia se las ingeniaba de mil maneras para preparar el desayuno y el almuerzo, puesto que la cena ya casi no la conocíamos. Pues nos contentábamos con tomar un caldo de pescado y unos cuantos camotes cocidos con cáscara y todo.
Desde el día en que me alojé en su casa, pasé a ocupar todas las noches un ángulo de su sala, en cuyo piso de cemento tendía de largo a largo un polvoriento colchón de paja, que había puesto a mi disposición; sobre él quedaban tendidos mis huesos y todo mi torturado cuerpo. A la mañana siguiente, como si se tratara de un acto ritual, yo procedía a levantarlo cuidadosamente para recostarlo a la pared, previamente doblaba las dos frazadas, las cuales junto a la pequeña almohada, quedaban superpuestas ,reposando sobre una silla de madera. A corta distancia, los dueños de casa pasaban la noche, ocultos tras las paredes de triplay y de la floreada cortina de tela que tapaba la puerta del dormitorio.
Don Telésforo, a quien en términos amicales, como queda visto, le decíamos “don Tefo”, era un mestizo aindiado, de unos 50 años aproximadamente. De contextura delgada y estatura mediana, era parco en el hablar. Su mirada dura y recelosa hablaba ya de por si de la vida llena de dificultades y estrecheces económicas que llevaba a causa de los trabajos esporádicos en la construcción civil. Sólo una vez pude verlo en mi pueblo natal cuando llegó de visita y se encontraba alojado en casa de su hermana Felipa, nuestra vecina.
Por aquel entonces, era yo apenas un niño, que no pensaba en viajes a la capital de la república y mucho menos en pedir favores a nadie. Me había tendido una mano cuando llegué a la ciudad de mi adorado sueño, pero al poco tiempo ya me estaba enviando de nuevo a la calle. Recordé, a propósito, como había llegado a Lima, en donde los parientes de mi madre se negaban a acogerme por sus casas, pues en cada provinciano pobre que llegaba a la capital en pos de la superación personal, ellos solamente alcanzaban a ver a un menesteroso más, que venía a quitarles la tranquilidad y “hacerles gasto” y los parientes de mi difunto padre tampoco se quedaban atrás. No se animaban a darme una posada, por idénticos motivos.
Cierta noche, cansado de dormir en la banca de algún parque o dentro de algún carro destartalado y abandonado a su suerte, en algún garaje del centro de Lima, quise darle un poco de comodidad a mi maltratado cuerpo, yendo a pernoctar en la casa de una tía solterona, a donde había llegado de visita, cuando apenas hube arribado a la gran urbe. Le toqué el timbre y su voz se dejó oír desde el interior de su sala, con el consabido “quién es”. Le respondí que era yo, su sobrino. Le di mi nombre y el motivo de mi visita. Me contestó desde adentro, que si quería dormir cómodamente, para eso no estaban disponibles los mullidos sillones de su sala – comedor, sino el hotel Sheraton, que allí cerca, a escasas cuadras se alzaba imponente, exhibiendo su moderna construcción, de muchos pisos. No me abrió su puerta y yo pasé una noche más a la intemperie. Fue así como intentando alojarme en la casa de un paisano y pariente de mi pueblo fui a dar en la casa de don Tefo, quién siempre se mostraba animoso cuando evocábamos a la “santa tierra”. Algunas tardes, cuando él regresaba a su casa después de realizar alguna visita a sus amistades, que eran mayormente sus colegas albañiles, adonde iba casi siempre en busca de chamba, me hablaba de su vida en Uchucmarca y de lo feliz que había sido allí, durante su niñez y juventud. Una de aquellas tardes, cuando el sol veraniego se iba ocultando de nuestras miradas, recibió la repentina visita de “Don Luís”, un contratista de obras, de aspecto bonachón y campechano, a quien trataba con todas las cortesías del caso, propias de un cortesano.
Don Tefo, lleno de curiosidad, le preguntó de cómo le iba con los “contratos”. Este le respondió que acababa de “sacar una nueva” por las Torres de Limatambo.
-Lo que es yo y Candelario – le dijo refiriéndose a mi – andamos sin trabajo ya por una semana.
-No hay problema. Les daré trabajo desde mañana lunes si lo desean. Tengo varios cuartos para tarrajear.
Aliviados suspiramos los dos. Al fin volvíamos a tener trabajo. Doña Lucrecia, una menuda y prieta mujer, cuya cabellera mostraba algunas hebras de plata, también se puso contenta y en el día indicado para laborar, se levantó muy de madrugada a preparar el desayuno, casi siempre una taza de té y dos panes con camote frito por persona.
Tras el frugal desayuno, desde nuestro punto de partida, ubicado en el cono norte, en el populoso distrito limeño de Comas, abordábamos un microbús que en una hora y pico nos transportaba hasta nuestro destino, las Torres de Limatambo. A las 7:30 de la mañana, cuando el astro del día comenzaba a desparramar sus luces amarillentas sobre la ciudad, que se iba despertando, dábamos comienzo al trabajo cotidiano. Las paredes interiores, construidas con ladrillos y afirmados con aquella mezcla de arena, cemento y agua, servían asimismo para embadurnarlas y encalarlas.
Tres maestros albañiles, provistos de garlopas y varillas de madera, se encargaban de alisar las paredes, en las que habían impregnado montones de argamasa de cemente y arena, las cuales previamente las mojaban rociando agua y en las que se habían hecho pequeños huecos a golpe de cincel, con el propósito de que la mezcla se impregnara a ella y luego, poco a poco irla extendiendo por el resto de la rugosa superficie con la ayuda de las garlopas de madera, de las espátulas de metal y las varillas de madera. Estas últimas que no solamente servían para contener la masa, si no para medir el grosor de la capa que se iría aplicando. Solamente yo, en calidad de ayudante, estaba encargado de proveerles de la susodicha mezcla, debiendo para ello, primero prepararla, valiéndome de un pico y una palana, para luego irla echando a una lata, de aquellas que se utilizan para guardar y transportar manteca o aceite; la echaba al hombro, totalmente llena y peldaño a peldaño iba subiendo las gradas de cemento, hasta el tercer piso, donde la depositaba en una larga batea de madera, de la que tomaban para seguir embadurnando la pared. Proveer de dicha sustancia a los tres duchos albañiles, entre quienes se hallaba don Tefo, era para mi una tarea particularmente dura, que al final de la jornada, me dejaba agotado. La mezcla la acababan en un santiamén. Era ya para mi algo característico oír aquello de “mezcla, mezcla”, “rápido, rápido”.
Me pedían con cierta insolencia y majadería, sin tomar en cuenta lo duro y difícil que era abastecerlos. En tales circunstancias, más cómodo y fácil resultaba el tarrajeo que la preparación y acarreo de la mezcla. Lo ideal, siempre lo ideal, hubiera sido que uno de ellos me ayudara en mi penosa tarea. Mas, lo curioso del caso era que me tocaba realizar el trabajo más duro y difícil y a cambio recibía el jornal más bajo. El cuarto día de labor, cuando llegó la hora del almuerzo, automáticamente dejamos nuestras herramientas y cada quién recibió su ración de manos de la pensionista, quien nos traía el almuerzo ya preparado desde su domicilio. Al concluir, nos dispersábamos a descansar en algún lugar de aquel edificio, que parecía un esqueleto. En la última siesta ,me había quedado dormido. El maestro contratista, que supervisaba el trabajo, no me encontró realizando la tarea encomendada. Se puso a buscarme, y al cabo de unos instantes, me encontró dormitando. Apenas dio conmigo, me lanzó una reprimenda de padre y señor mío, acompañada de una mentada de madre:
-Así que aquí estás durmiendo todavía so concha e tu madre. Yo no te pago para que duermas ¡carajo! Rápido a trabajar! – me ordenó.
Bajé al patio del primer piso mal humorado y dolido por el maltrato. Allí comencé a preparar la mezcla. Don Luis, que bajó tras de mi, volvió a mentarme la madre y a recriminarme. Entonces indignado le respondí:
-Usted no tiene ningún derecho a insultarme. No soy su esclavo. Así que hasta aquí ha sido la buena y la mala con usted. Quiero que de una vez me pague mi trabajo. No estoy dispuesto a soportar sus insultos.
-No te atajo, no te retengo. Si tu quieres te vas!. Pero ahorita no tengo plata para pagarte. Los pagos son quincenales y toca pagar este viernes. Estamos todavía en el día miércoles.
- Entonces lo que usted me adeuda le da a don Tefo, porque yo ya no pienso venir por acá.
- Así se hará...
El maestro contratista se esforzaba por preparar la mezcla. Con la ayuda de la manguera, conectada a un caño de aquella construcción, rociaba el agua sobre el montón de arena y cemento y luego, haciendo huecos en él, con el pico y la palana, lo iba empapando todo en el líquido elemento. Contrariado por este enojoso incidente, y sin dinero en los bolsillos, subí al tercer piso para solicitarle mi pasaje de regreso a don Tefo, quién estaba al corriente de lo que me había sucedido. Me alcanzó justo el valor de un pasaje, sin hacer comentarios. Abordé el microbús, de regreso a su casa, aunque no propiamente a ella, sino a la Av. Túpac Amaru, de donde debía caminar 13 cuadras hacia arriba, como quien uno va yendo al cerro. Arribé a la casa de don Tefo a eso de las cuatro de la tarde. El sol estaba aún sobre aquel cerro. Encontré a doña Lucrecia en su patio externo, echando agua al suelo para asentar el polvo, que se levantaba al paso de algún vehículo.
-Han salido temprano... y donde se ha quedado el Tefo – me dijo a manera de saludo, llena de curiosidad e interés, sin esperar que yo le saludara primero.
- Se ha quedado todavía...
- Seguro, se han peleado. Algo ha ocurrido que te has venido antes de la hora de salida.
- No he peleado con nadie. Lo que pasa es que me siento mal. Me duele la cabeza y por ratos siento escalofríos pero ya me está pasando- le contesté, distorsionando la verdad para aplacarla ante sus fundadas sospechas. Noté que no le hacían mayores efectos mis palabras. Por lo visto, doña Lucrecia seguía suponiendo que entre su esposo y yo se había suscitado un pleito en el trabajo. Me di cuenta que empezaba a indisponerse conmigo, lo cual me producía cierta incomodidad. En tales casos ya no debería entrar en su sala. Me quedé afuera y busqué una piedra, la cual hallé y en la que me senté para descansar. Mientras cavilaba, lamentando mi infortunio, la música de la casa contigua, subida de tono, irradiaba alegres y pegajosas cumbias colombianas, las cuales invitaban a bailar, disipando nubes de tristeza y amargura. De pronto, en la puerta de madera, de dos hojas, apareció don Valerio, hermano de padre de don Tefo. Al verme sólo y abandonado a mi suerte, me preguntó:
- Qué haces ahí solitario y al parecer triste. Ven a bailar, a divertirte, hombre.- Accediendo a su gentil invitación ingresé a su sala donde encontré a don Gilberto, otro de sus hermanos, pero de madre, así como a los invitados, libando cerveza animadamente. El dueño de casa me condujo directamente a su comedor, en donde la cocinera, una joven casadera y para mayores señas, sobrina suya, me sirvió ricos potajes, como son caldo de gallina, huevos y cancha, bistec con arroz, postre y gaseosa.
Saciado mi hambre les di las gracias al dueño y a la empleada de la cocina, luego fui a engrosar el círculo de los bebedores, quienes tenían delante de si una caja de cerveza, cuyas botellas, de una en una iban pasando de mano en mano acompañadas del vaso de cristal, hasta quedar vacías para luego coger otra y otra, hasta que las doce botellas de la caja quedaban vacías y abandonadas bajo las sillas o en los rincones de la sala.
Por tratarse del cumpleaños del dueño de casa, los invitados comenzaron a llegar a partir de las cinco de la tarde. A eso de las 6, en que el manto nocturno empezaba a cubrir a la gran urbe, don Tefo, se hizo igualmente presente. Fue invitado a pasar a la sala. No cabía la menor duda que nuestro anfitrión se sentía doblemente feliz, primero porque estaba festejando su cumpleaños, y segundo porque, él y su hermano Gilberto, se habían desplumado al pollón de la hípica. Habían ganado nada menos que 11 millones de soles, que en 1977 era muchísimo dinero, dando un gran vuelco a sus vidas, marcadas por las privaciones y miserias, convirtiéndolos en hombres prósperos, notables. Apenas me vio, don Tefo me puso mala cara y para remate tomó asiento en una silla, de tal modo que quedamos frente a frente y cara a cara. No faltaba ser adivino para saber que estaba muy disgustado conmigo. Al instante me quitaron las ganas de seguir conversando con los demás invitados y contertulios; entonces opté por retirarme. Me fui derecho a su sala, a tenderme la cama, donde me acosté a los pocos momentos. Me sentía contrariado y perplejo, porque no podía entender cómo este pariente y coterráneo mío le daba toda la razón a quién ciertamente nos había dado trabajo, lo cual no justificaba sus malos tratos. Me había mentado la madre, me había maltratado de palabra, no obstante haberme roto los lomos preparando la mezcla, cuando en cuya tarea no me daba abasto y por lo tanto, se requería de un ayudante más. Don Tefo era testigo de ello; pero había llegado a la triste conclusión que pudieron más sus intereses y su amistad con el contratista antes que la solidaridad conmigo. Seguro que para él yo debía ser un pobre diablo, sin dignidad ni cosa por el estilo y por lo tanto, sin derecho a reclamar nada. Le importaba un bledo mi existencia perruna y gatuna.
En consecuencia, no me hice acreedor a una llamada de atención, sino a un castigo mayor, que consistía en echarme de su casa y a quedarse con todo mi jornal. A tales razonamientos había llegado y un sentimiento de impotencia y de amargura se fue apoderando de todo mi ser.

Como mi suerte estaba echada, y no había vuelta que darle, apenas rayó el nuevo día, me puse de pie. Por última vez doblé el par de frazadas, y sobre ellas, una vez más puse la pequeña almohada, muda testiga de mis aflicciones; levanté el polvoriento colchón, arrimándolo a la pared con cuidado.
Mis escasas pertenencias, consistentes en una mudana o cambio de ropa, una toalla y un par de zapatillas; los metí a un costalillo, el cual eché a la espalda y dando las gracias a don Tefo y su señora, abandoné aquella casa, de una sola planta, con ventanas de vidrio, que daban a la calle polvorienta.
Afuera, las arterias principales aún se mostraban desiertas. Sin mirar atrás aligeré el paso. Poco a poco me fue tragando aquella intrincada e inmensa selva de fierro y cemento, donde albergaba la esperanza de encontrar algún trabajo.