martes, 8 de diciembre de 2009

Don Clemente Alfaro Polo,un personaje del Distrito de Uchucmarca.




Autor:Florencio Llaja Portal.

Al encontrarme encantado (absorto) en los recuerdos de mi Puémbol, veo a ese niño que en su llanto parece implorar cada día, más y más, la felicidad del pueblo uchucmarquino,en la Provincia de Bolivar,Departamento de La Libertad,República del Perú. Quiero poner en relieve los recuerdos de quien en vida fue el señor Clemente Alfaro Polo, por ser un vecino, el más antaño, que conocí cuando fui niño. Posiblemente no lo tuve por entendido, es decir no le di la debida importancia a este personaje de mi pueblo; pero, como el viento que revolotea con las hojas secas y que a su paso las arrastra, asi mi mente revolotea con los recuerdos. De los recónditos más escondidos voy sacando los granos de arena, que son mis recuerdos. Quiero poner en mi mente, como si fuera una piedra angular, el ejemplo de un hombre, cuya historia engendra el recuerdo. Este hombre fue de pura sangre pro-indígena, de talla alta y contextura fornida, frente despejada, cabellos escasos, negros y lacios, nariz aguileña, cara trigueña y escaso de barbas; fue de carácter impetuoso, pero halagüeño. Fue propietario en la capellanía de Llihüín, de los sectores de Pampa Grande y Pampa Hermosa, donde convivió con la señora Filomena Castro Llaja, con la que tuvo solamente tres hijos: Lucila, María y Ifigenia. Anteriormente estuvo casado con la señora Patrocinia Caicedo, de quien, al ser separado por el destino, dejó dos hijos, doña Leonila y don Ramón Alfaro Caicedo. A este joven le dio una esmerada educación. Cuando finalizaba su carrera en la Escuela Normal de Cajamarca, abandona sus estudios y regresa a su pueblo de Uchucmarca, siendo allí amartelado de la señorita profesora Sarvia Vega Navarro (1913-2009). A consecuencia de ello sufre un balazo en los pulmones, en un confuso incidente protagonizado por el padre de la joven, don Leocadio Vega Rengifo, aunque el destino todavía no lo señalaba, para ir al más allá. Gravemente enfermo fue nuevamente trasladado a Cajamarca por su padre. Y en uno de los mejores hospitales ,con que cuenta esta ciudad, logró recuperar su salud. Después de un tiempo transcurrido desempeñó el cargo de Director de la escuela del mismo pueblo de Uchucmarca, donde puso de manifiesto su vocación de maestro. Era igualmente bien inclinado al deporte, motivo por el cual tuvo que afectarse la herida de la operación, causándole la muerte finalmente.
También había sido militar en el II de Caballería de Cajamarca. En sus últimas palabras pidió a sus contemporáneos de la escuela que izaran la bandera en la puerta de dicho plantel, lo cual se hizo como era su deseo. Su muerte prematura fue obra del destino, que a cada quien le llega en su momento.
El vecino Clemente fue un experto agricultor, por lo tanto no tenía casi interés en darles educación a sus tres hijas.Por aquel tiempo ,la educación carecia de importancia para la gente. Le placía verlas en los ajetreos de las chacras y quehaceres de la casa. Disponía de una buena suma ganadera, tanto vacuno como caballar y lanar. Era bien inteligenciado sobre las leyes y en medicina, con las cuales se mostraba muy servicial y hospitalario con todo prójimo, que requeria de sus servicios. Le gustaba cabalgar en buenos caballos, de índole corcel, que le servían para llegar al lugar de su destino, acortando la distancia y alargando el tiempo.

No le faltaba una buena larga vista para captar con facilidad todo cuerpo que le caía en la visión. Era bien correcto y respetuoso. No obstante poseer grandes fortunas nunca fue orgulloso. Seguramente sabía que el orgullo es como el sueño pasajero. Sabía ser estricto, modelo de honradez y trabajo. Vivía permanentemente en su pertenencia denominada Llihuín. Por las mañanas se levantaba bien temprano, siempre con su larga vista para vigilar sus animales, que al frente, en Samana y Mullaca-Pucro, pastaban; para vigilar sus sembríos o para conocer si el pasajero era activo o pasivo, cuando éste aparecía por la fila de Samana o por la loma de Puémbol.
Era un atractivo conversador y acostumbraba prolongar el sonido o acento en las sílabas “ah, ajá, ya”.
Clasificaba al pasajero según el aire de su caminar. Si éste era lento, decía “!Aja! aquel es un haragán”, y si caminaba con chance entonces decía “!aja! aquel si es activo, no se deja jalar del perro”.
Su casa, es decir su domicilio, construida de piedras y barro, era de tipo antiguo; ostentaba un techo de pajas coloradas. Su corredor estaba protegido por buenos pilares de madera. Al frente se levantaba un buen cerco de piedras, que atravesaba desde una quebradita que dividía al sector en Pampa Grande con Pampa Hermosa; terminaba en la entrada del río con una tranca giratoria de madera. Gran parte de este cerco se le veía adornado de granadillas y chirimoyas. Dentro de la chacra, y cerca de la puerta, se mantenía jubilosa una planta de eucalipto; todos los días, desafiando a los siglos, mostraba sus hojas verdes en muestras de juventud. Cada año, a partir de septiembre y hasta marzo, Don Clemente comenzaba a laborar las tierras agrícolas de ambas pampas, con el apoyo de la fuerza motriz, que eran las buenas yuntas de bueyes, que estaban acostumbrados a caminar solamente al escuchar la voz del gañán, quien maniobraba con agilidad la mancera del arado.
Cuando el gañán, olvidando los riesgos, les hincaba con la garrocha, los bueyes se disparaban como centellas hasta parar en el canto de la chacra y el conductor, si era nuevo se quedaba tendido en la raya. En todo caso don buen Clemente lo levantaba de “cada correazo” con el amigo puntal, que al igual que la larga vista, no le faltaba del brazo, diciéndole “!ah! ¡ajá! eso no has de poder. ¿Cómo vas a mantener tu familia?”.
A los jovencitos, que todavía no se ceñían bien la cintura, el mismo los ajustaba, amarrando una punta de la faja en el pilar de la casa y de la otra punta los jalaba y terminaba amarrándolo con muchos nudos (o vueltas), esto figura como uno de sus aspectos costumbristas. A la persona le daba de tomar la pepa de la higrilla como purgante para que “bote la flojera”, pero de todas maneras, y como “todo tenía” y a nadie le negaba un favor, gente no le faltaba en ningún momento. Gracias al trabajo de don Clemente, en estas dos pampas ya no se notaba el color pálido del terreno. Todo se encontraba transformado en una sola alfombra de color verde, que competía en matices con la transparencia opalina de un cielo profundo y remoto. En aquel verdor de las chacras se notaba un gran hormigueamiento de gente laboriosa, que arrasaban las malezas, dejando libre de ellas a los cultivos de las sementeras, que aún estaban tiernos, en estado de herbazal. Con la llegada de los meses de julio y agosto, el color verdoso de las chacras se iba convirtiendo en amarillo, lo cual demostraba que ya era tiempo de cosechar. De nuevo se notaba ese gran movimiento de gente en son de cosechar, para recoger de la tierra los frutos maduros.
Esos trigales, que amarilleaban en las chacras, eran cegados o cortados, y formando fardos de gavillas, con todos sus tallos, eran arrimados en una espaciosa parva o era. Lo acomodaba de tal manera que formaban un gran pilón, para llegar a su cima, se tenía que subir por escalera. Eran amontonadas tal como si se quisiera que las gavillas llegaran hasta el cielo y en mérito a tanta bendición por su abundancia.
El señor Alfaro, como era un fervoroso partidario del cristianismo, después de elevar sus oraciones al Todopoderoso, ordenaba reunir sus acémilas para las trillas. Entretanto, otros ya plantaban postes y templaban sogas para asegurar las cortinas y en poco tiempo estaban las acémilas, seguidas por un arriero; arrancaban a carrera y corrían dentro de la era pisoteando las gavillas hasta pulverizar la paja. Toda la gente saboreaba la rica chicha, mientras las mujeres se encargaban de preparar las viandas a la manera que la patrona Filomena Castro Llaja ordenaba.
Estos recuerdos me han quedado grabadas en mi mente, por todo lo que fue en sus últimos días de su existencia. Lo conocí cuando fatalmente ya sufría decadencia.
Fue atacado por el reumatismo, enfermedad que, sin tegua ni compasión, trabajaba en forma incesante para apartarlo de este mundo, hasta que llegó un día, aunque no recuerdo la fecha. Lentos golpes de sombra se acumulaban en sus ojos, los latidos de su corazón desaparecieron derrotados y sus pies se dirigieron decididos a resbalar en el borde del sepulcro, hacia el fondo tenebroso de aquella gama silenciosa, donde descansa él ¡adiós! para siempre. Así terminó aquel hombre que fue un símbolo de honradez, una vida ejemplar para todos los pueblos que lo conocieron. Confieso que en los pocos días que lo conocí, esas memorias han quedado esculpidas en mi mente como si fuese la corteza de un árbol que cada día, se ahonda más y más aquella letra que en un tiempo se escribió.
Lima, 05 de diciembre del 1999
Nota: No se ha podido obtener la foto de este singular personaje.En cambio,ponemos las fotos de dos de sus hijos: Doña Leonila Alfaro Caicedo y de Don Ramón Alfaro Caicedo.

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